Era un día gris y quería llover, un domingo revuelto entre el descanso y la nostalgia. Domingos, días en los que a veces, “se extraña más a la gente que se quiere”. Han sido tantos domingos ya, que he perdido la cuenta, tanto tiempo sin escuchar sus risas y sin sentir sus abrazos. Siete años para ser exactos.
La avenida camino al teatro está un poco vacía, tomaré un café con mi amigo Daniel. Le pedí expresamente que no me obligara a quitarme los lentes, la noche había estado un poquito pesada, entre el alcohol y el cigarrillo, mi cara estaba desencajada. Yo pensé que no tendría lágrimas, creí que ya había logrado superar el fracaso del proyecto de trabajo en Panamá, todo lo invertido, todas las horas, un año entero trabajando en un proyecto, para que se disolviera por “diferencias irreconciliables entre las partes” ¡carajo! Un bendito divorcio entre una pareja, que era parte fundamental de la sociedad y se fue al carajo todo. Eso sin contar, que en el amor últimamente no he tenido suerte.
Empecé con esto de las citas el año pasado, un día me encontré teniendo dos citas en un mismo día. Me sentía emocionada, para mí era lo más parecido a un juego de mesa que existía.
Con el tiempo, esa emoción fue disminuyendo, las personas cada vez me parecían de un planeta que no combinaba con el mío, o cuando encontraba alguien que pudiera ser bueno para mí, yo me comportaba como la que no era buena para él. Sí, como si algo dentro de mí pensara que lo bueno ya me aburría y “lo malo” o “lo dañado” combinaba más conmigo. Así que empecé a hacerme “la rebelde”. En esa fiesta a la que fuí con mi amiga Jessica (hace un poco más de un año), llegué sin expectativas y terminé bailando en el escenario del lugar, por suerte no se podía grabar vídeos porque mi amiga me recuerda cada vez que puede que el DJ y yo nos besamos en medio de la pista, mientras Diego, mi cita de esa noche veía todo desde abajo. Diego era bueno, pero yo debía demostrarle por qué no tenía que estar conmigo. Después de esa noche, decidí dejar de ser así. La única forma de evitarlo era no saliendo con nadie en “plan citas” por un tiempo.
Me he justificado diciendo que todavía no he conocido a ese alguien con el que me sienta tan cómoda como para ser yo misma, y cuando creo encontrarlo resulta ser un celopata, narcisista, o está lejísimos, o tiene “una relación complicada”.
Hoy estoy actuando bastante perdida, decidí dar pausa al corazón, darle un respiro del deseo de amar a otro, y volver a ese camino en el que lo único que me comienza a dar paz, es saber que estoy bien conmigo misma. Es la única forma en la que puedo compartir desde la conciencia y lo sano.
—¿Qué te pasó nena? Tienes un aspecto de hippie impresionante
—Ay Dani ya, te dije, lo primero que te dije wey, no te pases con mamadas de que “me pasa algo” o “tienes cara de hippie” eso ya lo sé.
—Bueno, bueno era un chistecillo no más. Vamos a pedir antes de que se llené más el local.
Pedí un café doble, con un shot de licor irlandés, necesitaba algo que apaciguara las voces de mi cabeza. Daniel pidió un mocaccino con un shot de whisky, él decía que era lo único que podía ayudarlo a poner en orden sus ideas del fin de semana. Él me entendía perfectamente, él venía luchando con las suyas desde que su novia Fernanda lo dejó por María, desde ahí su lucha entre si seguir buscando el amor en mujeres, o dejarse llevar por el amor de los hombres.
No pensé que el efecto se sentiría tan rápido, todo se volvió silencioso de nuevo, la conversación con Daniel era clara pero, con algunas lagunas. Pensaba de repente en los ojos verdes más lindos que ví en mi vida, o recordaba aquella canción que me despertó en medio de la madrugada.
Otra vez todo volvía a ser normal, volvía a estar dormida sobre ese universo que no termina de caberme en el pecho, un amor a mí que sólo se comprende al reír bajo el sol, o al lanzarse directamente a las aguas del magistral vacío de la noche.
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