Iba caminando, camine descalza y me clavé millones de espinas, me corte la piel…
Me deslice por el piso oscuro y frio, conocí fantasmas, demonios y vampiros. Pocos ángeles observaron mis torturas. Me levante muchas veces y muchas veces más me sentí fuerte pero de igual forma caía.
Recibí golpes duros en este largo recorrido. Debo admitir que en medio de todo hubo flashes de felicidad, dentro de todo demostré amor y sonreí por otro.
Percibí el amargo sabor de la triste soledad. Boté lágrimas que parecían ser sangre.
Me quejé por el dolor de las heridas. Aún así camine y sigo siendo caminante.
Como caminante maduré, conocí mucho sobre este mundo, hablé con gente de calle y con gente con mucha cultura. Finalmente en este camino supe lo que es sentir emociones fuertes, buenas y malas.
Me detuve en ese camino y vi una pequeña luz, y cada vez que me acercaba a ella se hacía más grande, y era un pedacito de felicidad.
Así que me detuve y tomé una decisión diferente: —Basta de sufrir, ahora debo surgir — me dije. Entonces empecé a querer de nuevo, entonces comencé a sonreír y hablar bonito.
Encontré una luz que cada día crece un poco más, una luz cargada de aprendizajes en el tiempo, tenía un nombre absurdo, se hacía llamar: "el farolito de la esquina".
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