Este es un extracto de mi experiencia personal viviendo la represión, escasez e inseguridad en Venezuela en el año 2014, publicada en el libro Rastros de un Instante escrito: El viaje. Alguna parte de esto está documentado en fotografías y aunque no se expresa en esta parte del relato, el después de estuvo lleno de años de depresión y ansiedad. Digamos que es "lo normal" cuando te TIENES que ir de tu país y no quieres hacerlo.
Capítulo 2. Caracas y sus mareas
Esta historia comienza ese Diciembre del 2014 en el que me ofrecen irme a México para trabajar en un Centro de Rehabilitación, en un área un poco desconocida para mí (en ese momento) con un cargo que siempre quise ejercer, pero rompiendo mis nuevas creencias y filosofía de vida. Yo deseaba ser una artista libre, independiente, dedicada a mi pasión que siempre fue escribir. Algunas veces soñé que tenía mi propia revista y que me encargaba de la parte editorial o que simplemente era la dueña. Siempre intenté lograrlo: comencé por escribir artículos, pero al no tener un título universitario relacionado con el rubro debía buscar «otras rutas» para ganarme ese puesto, y yo siempre fui de la idea de buscar vías rectas para lograr las cosas. Así que me ofrecieron ese trabajo en México de forma ambiciosa e iba a encargarme de toda el área técnica de un Centro de Rehabilitación para el Mejoramiento Personal.
Recuerdo encontrarme esa tarde en mi lujosa oficina de Parque Cristal en la Gran Caracas en la que era Asesora Integral de una Oficina de Corretaje de Seguros.
Recibí una llamada que se desarrolló más o menos así: —Hola, Cristina, que gusto saludarte. Acá tu amigo Gaspar.
—Hola, Gaspar, ¿cómo estás? Un gusto saludarte igualmente. Cuéntame sobre esa propuesta interesante de la que me hablaste por correo.
—Bueno, Cristina, estamos trabajando en un nuevo proyecto muy interesante: queremos abrir un Centro de Rehabilitación para el Mejoramiento Personal para Latinoamérica y tú eres un muy buen prospecto para trabajar como alto ejecutivo. Trabajaste muchos años con nosotros y tienes todas las calificaciones para formar parte del proyecto, solamente necesitas actualizar tu entrenamiento.
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Gaspar me endulzó el oído con su maravillosa propuesta, incluyendo una promesa de sueldo maravilloso que me permitiría adquirir auto, mi propio departamento, la residencia mexicana, etc. Todo eso según sus palabras.
Dije que no; me cagué toda. El sólo hecho de imaginarme nuevamente fuera de Venezuela me partía el corazón: no vería a mi madre por mucho tiempo, ni a mi abuelita, familia y amigos; no podría volver a Venezuela libremente, no podría comer todo lo que me gusta de mi país. Son tantas cosas que hoy en día ya son parte de mis viejos recuerdos y simplemente las olvidé. Y sí, todos esos miedos se hicieron realidad. Mi mamá me insistía en que tomara esa oportunidad porque no veía otra forma en la que yo pudiera salir de Venezuela si no era así. Yo dudaba, por querer buscar alguna otra cosa y creer que se me podría presentar alguna opción más atractiva; quería esperar un poco más, o que se me ocurriera una idea mejor.
Mirando hacia el pasado de ese mismo año, febrero de 2014: empecé a asistir a las marchas en contra del Gobierno de Chávez; bueno, en este caso ya había pasado a ser el Gobierno de Maduro y realmente la gente a nivel nacional estaba enojada. Me encontraba en Caracas y me volví súper activista, más de lo que en el pasado me había permitido. Asistía a las marchas de camisas blancas, pegaba carteles junto con amigas rodeando las calles donde vivíamos, me puse en dos oportunidades en la línea de frente con los chamos que desafiaban a la Guardia Nacional para entender cómo era el juego. Quería vivir de cerca todo eso porque se sentía una adrenalina increíble cuando eras parte directa de ello. Una de las veces que asistí a esas marchas con unos amigos, fuimos lo más cerca que pudimos de la Guardia Nacional. Éramos cuatro si mal no recuerdo, dos mujeres y dos hombres. Al principio todo era divertido, parecía un juego:
—Vamos a ver qué es lo que es con los guardias nacionales, marica —decía Jeffer.
—Chamo, a mí me da miedo acercarme a la línea del frente —nos dijo Tony.
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—No vale, vamos para adelante. Que miedo nada, mira cómo están los chamos ahí al frente, no va a pasar nada —les dije.
Catherine me apoyó, ella también quería ver todo en primera línea. Éramos unos neófitos en el tema, no entendíamos nada porque nunca habíamos estado ahí.
—Vinimos para ver todo de cerca, no para quedarnos atrás —dijo Catherine.
Se iba acercando el atardecer y el juego se iba haciendo pesado. Nos tiraron un montón de bombas lacrimógenas:
—¡Marica, corre! —alcancé a escuchar.
—Cristy, ¿dónde estás? —me llamaba Jeffer.
—Ay, vale. Se desmayó la chama —decía otro.
Vi como se la llevaban cargada, alejándola de los gases. Mis amigos y yo nos dispersamos y nos estuvimos buscando en medio de todo ese humo que se veía en el ambiente. Encontré a uno de ellos casi ahogado por el efecto de las bombas. Nos fuimos de ahí; nos dio miedo porque lo que normalmente ocurría después de eso era que nos cayeran a perdigonazos, y los cuatro, en nuestro papel de artistas, no podíamos permitir esa broma de que nos pudieran herir o algo así. No estábamos dispuestos a pagar ese precio.
Sin embargo, lo volvimos a intentar de nuevo. Allí andaba, con tres amigos con los que estudiaba canto; nos avisaron de que había concentración en la estación Altamira. Nosotros estábamos cerca y nos fuimos para allá. Bueno, ese día casi me muero. Yo digo que tuve mucha suerte y que simplemente no era mi momento, así como todas las veces en que no ha sido mi momento. Estábamos en el juego de desafiar a los Guardias Nacionales, creo que también estaba involucrada la policía. La cosa es que unos chamos se pusieron a tirarles piedras y ellos nos respondieron con una bomba de gas lacrimógeno que casi me cae en la cabeza. Me cayó al lado, yo sólo escuchaba que
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mis amigos me gritaban, había mucha confusión. Ellos me jalaron y salimos corriendo.
Un tercer comienzo fue meses después en los que me vi haciendo colas larguísimas para poder comprar dos kilos de carne. En otro momento me vi dando vueltas por diferentes partes de Caracas para encontrar una farmacia que tuviera toallas sanitarias. Tenía que pedir permisos especiales en el trabajo para poder comprar cosas de aseo personal, y todo eso me llevó a tomar la decisión de renunciar a mi querido trabajo porque finalmente había tomado la decisión de irme a vivir a México, y la única manera que tenía de hacerlo era con el trabajo que me habían ofrecido. Sólo necesité mandar un mensaje por WhatsApp, y a partir de ahí sabía que todo sería diferente.
Programamos todo junto con mi amiga Mandy, para no sentirnos solas en este cambio. Ella quería también un cambio para su vida y estaba cansada de lo mismo. De hecho con ella nos pasó estar en dos situaciones particulares con esto de las marchas que he contado antes, y creo que ya contando esto no recordaré alguna otra anécdota que me haga volver a revivir el terror de vivir bajo el yugo de un Gobierno comunista. Un día nos fuimos a marchar con Mandy, me parece que era Sábado o Domingo; fuimos todas emperifolladas con nuestra cinta que decía «Venezuela» y nos fuimos caminando desde la Estación del Metro Chacaíto, recorriendo unos 2,2 km con la marcha, llegando a la Plaza Altamira (no, nos permitían movernos por otra zona); eso estaba full de gente. También había artistas venezolanos. Entre otros recuerdo haber divisado al vocalista de una banda de rock que me gusta mucho, todos con mucha fe y esperanza. Recuerdo que la marcha se acabó, Mandy y yo nos fuimos caminando tranquilas hacía la parte de arriba y de repente nos damos cuenta de que hay Guardias Nacionales persiguiendo estudiantes.
—¡Marica, corre! —me dijo Mandy.
—Bueno, pero disimulemos que si corremos es peor y se van a dar cuenta de que estamos huyendo de ellos.
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—¿Adónde vamos?
—Al San Ignacio; cualquier cosa nos metemos en el primer negocio que veamos, pero no volteemos ni nada —respondí asustada.
—No, chama, que estrés esto, vale —me dijo Mandy mientras nos íbamos moviendo sin mirar atrás.
Nos asustamos un montón y nos fuimos corriendo hacía el trabajo de mi mamá, nos vimos detenidas por la Guardia Nacional. ¡Terrible! Por suerte no pasó nada. Nos escondimos en un Centro Comercial, esperamos a que mi mamá saliera de trabajar para irnos las tres juntas a casa. En otra oportunidad, y ya para cerrar este tema de las marchas y esas cosas en mi
país, Mandy y yo salimos a cerrar la avenida en la que vivíamos con otros vecinos de la Urbanización, nos organizamos a través de una aplicación donde no podían detectar lo que hablábamos. Armamos fuego en medio de la avenida para cerrar el paso, defendíamos nuestra convicción de que este Gobierno no servía para nada; en un año con Maduro todo se había ido al carajo. Aproximadamente 40 minutos después llegaron los tipos de la Guardia Nacional, nos lanzaron gases lacrimógenos, nos dispersamos, ellos disparaban perdigones. Mandy y yo nos metimos al Edificio más cercano, nos escondimos cerca de las escaleras, todo pasó muy rápido. Los Guardias Nacionales se paseaban por la parte de atrás del Edificio, teníamos mucho miedo de que se intentaran meter, porque en otras oportunidades lo han hecho y realmente temíamos por nuestras vidas. Nadie quería ser detenido por ellos, ni tampoco tocados por los perdigones. No pasó nada; se terminaron yendo porque no pudieron abrir la reja de atrás. Nosotros al poco tiempo salimos y cada quien se fue para su casa. Mi mamá y la mamá de Mandy estaban esperándonos en el edificio donde vivíamos, súper asustadas, creyeron por un momento que nos habían llevado con ellos. Esa noche mi mamá me dijo:
—¡No vuelves a ir a ninguna marcha, Cristina! Te van a terminar llevando presa hija, o puede pasar lo peor, esa gente no tiene escrúpulos.
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—No te preocupes, mami, ya no voy a salir a marchar —la tranquilicé.
Mi mamá, siempre tan luchadora, trabajadora, hermosa. Con su cabello negro, siempre alisado perfectamente, siempre bien vestida ella: su estilo roquero con pantalones de mezclilla, sus botas, alguna blusa unicolor y su chaqueta de cuero. Me abrazó agradecida porque no me llevaron detenida y no me pasó nada.
Viví varias situaciones diferentes que me llevaron finalmente a tomar la decisión de aceptar ese trabajo que poco me gustaba y tener que renunciar nuevamente al sueño de poder construir algo como artista en mi país. Tenía que dejar la música. Mi proyecto como escritora nuevamente se postergaba, porque como oficinista me involucro tanto en lo que hago que ni tiempo para escribir mi libro me iba a tomar y sabía que me perdería durante el camino. Con un mensaje de WhatsApp, recibí una llamada telefónica y todo empezó a ponerse en marcha.
—Hola, Gaspar, te llamo para confirmar que voy a tomar el trabajo. Quiero saber los pasos a seguir —dije sin tanta emoción.
—¡Felicidades, Cristina! Me alegra mucho tenerte en nuestro equipo para este proyecto. Te voy a enviar a tu correo electrónico los test que tienes que hacer, más los formularios que debes llenar para revisar tus calificaciones. Tienes que comenzar tus cursos lo antes posible.
—Gracias, Gaspar. Me pondré en todo eso lo más pronto que pueda, estamos en contacto —me despedí sintiendo que me estaba colocando una soga al cuello.
Moví cielo y tierra, me puse en contacto con gente que me podía ayudar para pagar unos cursos que me pedían que hiciera para poder irme a México. Ya era un hecho, me quedaban meses en Venezuela, lo sabía. El trabajo lo acepté por los diferentes sucesos que venían sucediendo en Venezuela, sabía que quedarme era unirme a la decadencia del país y mi idea principal era poder ayudar a mi mamá a salir de Venezuela y también apoyar a mi familia estando fuera.
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Capítulo 3 (extracto). Súper decidida a emigrar
Me resigné: la situación país en febrero de 2015, mi locura de no poder dejar de ir a las marchas y ser activista, las colas, los robos y el poco futuro que divisaba en Venezuela eran suficientes para salir de cualquier manera adelante. No me importaba nada ya, era eso o encerrarme en casa a vivir con miedo. ¡Basta!
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Capítulo 4 (extracto). La despedida de Venezuela y mi gente
Amaneció de golpe, después de una noche intensa de pasión y despedida, el sol había salido y era momento de mi partida. Desayuné lo que sabía que no iba a volver a comer en mucho tiempo: un pastelito de acelga y queso con un Toddy grande de Miga’s Bakery. Fui con mi mamá, mi tía, el novio de mi tía, mi primo y Fernando al aeropuerto. La última persona que abracé en el Aeropuerto Simón Bolívar de Caracas fue a mi madre. Se veía triste, aunque no lloró, delante de ella tampoco lloré nuestro último te amo en persona. Quería llevarme el abrazo de mi mamá para toda la vida, quería que ese momento no terminara, lo recuerdo de vez en cuando para que no se borre de la sección de momentos que atesoro. Crucé la puerta para abordar y lloré un poco, lo que pude, no mucho porque tenía que pasar por migraciones y no quería que se notara que no iba a volver a Venezuela. Mi alma por dentro lloraba a cántaros.
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