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Despacio, que el tiempo se nos va.


  Viernes, 8:55 am, Ania se sienta en su sillón y empieza a debatir en silencio consigo misma, “¿qué será de mi vida este viernes?”. Con una hermosa resaca, se levanta, se prepara un café muy cargado y vuelve a sentarse en el sillón azul de la sala de su depa. La noche anterior había sido un desastre, se encontró con Pedro, el chico con el que solía salir hace un mes y terminaron besándose, sin ella entender el por qué.


 Sacó su diario y empezó a escribir:


 “Esta vez me toca ser más sincera, sobre todo ser sincera conmigo misma. Amar da un poco de miedo, sobre todo cuando amas tanto que sientes que ese amor, te anima a amarte aún más a ti misma. ¿Por qué me sigue dando miedo lo sano o lo bonito?


 Creo en el amor, pero me da miedo el compromiso, quizás pasa cuando eliges mal, pasa cuando dejamos lo bueno por lo no tan bueno, pasa cuando la vida nos da muchas cachetadas para ver si despertamos de una vez por todas. A mí ya me cansaron las cachetadas”


 El sonido de una aspiradora interrumpió su paz. Era el conserje, de lunes a viernes a las 9:20 en punto, comenzaba a aspirar afuera de la puerta de su departamento. 


"¡Bueno! Creo que es hora de ir a la cafetería por algo de desayunar." pensó para si misma.


 Ania se sacó el pijama, se puso un pants gris, una playera rosa, se recogió el cabello en un moño, se puso sus zapatos deportivos, lentes cuadrados oscuros. Agarró sus llaves, se puso sus audífonos inalámbricos, puso su play-list de “me gusta” en Spotify y salió a caminar. El café que a Ania le gusta queda a 20 minutos caminando de su casa, es la caminata en la que se dedica a mirar los jardines de las casas de una o dos plantas que quedan en la Av Quintana Roo, siempre observa los autos que están estacionados del lado de la cera en la que va caminando, algunas veces se topa con extraños que la saludan al pasar porque ya se han vuelto conocidos de vista.


—Hola Don Enrique, bonito día


—¡Ania! A ver cuando vienes de nuevo que ya tengo nuevos libros, creo que me llegó el libro que tanto buscabas de Ernest Becker— le respondió el señor de 73 años dueño de una librería ambientada a los años 90.


—Gracias Don Enrique, igual ya no estoy buscando ese libro. Lo tuve que leer en digital porque no aparecía y no quería quedarme con las ganas. Igual pronto vuelvo para hacer unas compritas.


—Esta bien mija, te esperamos pronto por acá


—Bye, cuidese— dijo retomando su camino. El señor Enrique la había ayudado a encontrar los libros que Ania necesitaba leer sobre robótica. El Diplomado que estaba haciendo en Ingeniería Robótica, le exigía un nuevo nivel, y parte de sus fines de semana se dedicaba a diseñar a mano o en su computadora nuevos planos para un robot educativo que tuviera un poco más de memoria auditiva, que “La Nana 2020”, su primer robot educativo, disponible en su tienda online. 


 Llegó a la pastelería a las 9:57 am según marcaba el reloj digital de la caja de la pastelería. 


—Dame una pieza de ponqué para llevar por favor— dijo Ania dirigiéndose al chico rubio de pecas que solía atenderla en su café favorito.


“Cri cri” sonó su teléfono, cortando al chico de decirle algo. —Perdona Javi— Sacó el teléfono de su mochila, era una nota de voz de Pedro: “No sé qué me hiciste Ania, pero quiero que sepas que te sigo pensando, que quiero repetir esa salida contigo pero tú no me dejas entrar, te pido que me perdones y me permitas invitarte a cenar”. Ania cortó la nota de voz y vió al chico rubio mirándola atentamente.


—¿Qué pasa?


—¿Otra vez tu amigo Pedro?


—Javier, deja de escuchar mis conversaciones por favor


—¡Aww! Pero es que Ania, ¡tú vives dentro de una película y eso me encanta! En cambio yo, estoy destinado a estar atrapado en estas paredes, respirando el mejor aroma del mundo por el resto de mis días— concluyó lanzando un suspiro.


—¡Ay ya Javi! ¡Qué drama por dios! Tú eres más joven que yo, ahora es que te faltan experiencias. Además que película ni que nada, me la paso en un solo capítulo de la novela de la Rosa de Guadalupe. Ayer salí con Pedro y ni sé cómo terminé saliendo con él, creo que el alcohol y yo terminamos cediendo a cometer locuras.


—¿Ves? ¡Emoción, pasión, diversión! Mientras tanto, tú sigues enamorada de Alex


—¡Shhh! No wey, ya ese nombre no lo decimos más


—Bueno, bueno. Yo sé que crees que lo superaste pero mientras èl siga apareciendo en tu vida de vez en cuando, no creo que lo puedas superar del todo


—No sé Javi, tengo mucho que pensar. ¡Me voy que llego tarde a mi Viernes de no hacer nada!


—¡Que loca estás Ania! Cuídate y pasate el finde por mi casa a ver unas pelis


—Ok, ok. No prometo nada, te escribo


 Se despidió de beso en la mejilla de su amigo, tomó el ponqué y se fue. Camino a casa se sentía de un humor extraño, Pedro esperaba una respuesta de su parte seguramente y ella no entendía porqué había terminado besándose con él. “¿Será despecho?” pensó, “o tal vez si me gusta Pedro pero no lo quiero aceptar. ¡Ay no ya! Siempre lo mismo conmigo.” 


 Eran las 10:23 am según su reloj de pulsera. Ania iba entusiasmada con el plan de “un día entero sin hacer nada” para poder dedicarse a trabajar el fin de semana (sábado y parte del domingo), así mataría las ganas de volver a salir a cometer alguna locura, porque ya no eran sólo los besos los que anhelaba, una parte de ella estaba con muchas ganas de compartir bajo las sábanas con alguno de sus conocidos, pero ya no quería, quería cambiar por una vez en su vida y permitirse sentir el despecho, sin usar a otros para tapar huecos internos. Ania llegó a su edificio, se montó en el ascensor y marcó el piso 4, se vió en el espejo todo el trayecto mientras arreglaba su cabello. Entró a su casa y prendió la TV para poner música. Suena de fondo: “Consejo de amor de Morat”.


“Bueno, ¡al fin! Lista para mí día de no hacer nada. Lista para enajenarme del mundo real y fantasear en una nube” pensó. Ella sabía que estaba loca, tan loca que hasta no encontrar a alguien con el cuál pudiera desbordar su locura, no podría parar.


“Cri-cri”, sonó su celular. —¡Vaya, es él! ¿Por qué será tan bello?— Ania pegó el auricular a su oído: “Preciosa, ¿cómo se ve el amor de aquel lado del mundo?” terminó el audio, se quedó sonriendo con cara de tonta. “¿Por qué te tiene que gustar tanto? ¿Por qué te gusta lo difícil? Es que la conexión lo es todo” pensaba mientras aún tenía el teléfono en la mano. 


 “Por aquí el día está brillando y lleno de amor, me la estoy pasando increíble conmigo misma” respondió en una nota de voz.


Transcurrió el día mientras Ania veía documentales de robótica, intentó hacer algunos modelos nuevos pero ninguno la convencía, no lograba encontrar el mecanismo correcto a través de sus planos como para hacer un robot al nivel que ella quería. El día se le escapó en eso, hundida en la creatividad. Cenó/almorzó y puso “Cactus” de Gustavo Cerati. Las imágenes empezaron a aparecer una tras otra mientras ella se sumergía en la melodía y letra de una canción que de seguro ha escuchado más de cien veces en su vida. Ella empezó a verse con un vestido largo color melón, cruzando un puente. Como si estuviera danzando en busca de abandonar la soledad. Soledad que se siente muy bien pero, que quiere intercambiar momentos con un nuevo paisaje soñado. “Despacio, que el tiempo se nos va, nos apura la locura, nos retiene la realidad y nos abraza este sentir de todo”, escribió en su diario.


 Ella giraba y giraba, mientras danzaba en medio del salón, como si estuviera haciendo una danza ancestral. Riendose con la locura, bailandole a la distancia, como si su presencia se acercara mucho más. Como si tuviera un avión por dentro, o una máquina del tiempo, como si pudiera abrir sus alas, pasar al siguiente nivel del juego y coexistir dentro de un beso.


 Ania le dió re-play a la canción, “¿cómo puede ser el vértigo de la soledad?” se cuestionó. Tomó su teléfono para anotar esa pregunta en su “lista de preguntas interesantes sobre la existencia”, se distrajo y empezó a vagar en Facebook hasta toparse con la frase: “el amor perfecto, es una amistad con momentos eróticos” Antonio Gala. “Claro, por eso no ha funcionado, y las cosas que funcionaron fue porque había algo de amistad. Me he salvado de tantos desastres y creo que el amor tiene muchas caras, intensidades, colores y sabores. Un día pruebas un sabor, ves ese color, frotas esa piel y estoy segura de que todo se paraliza y no tienes miedo, el miedo se disipa cuando llegas a ese ‘lugar seguro’, al fin. Ahora si, puedes compartir la paz que ya traías contigo.” Se hundió en el sofá y cambió la play-list de Gustavo Cerati, para ver algunos capítulos de Mr. Robot.


 Son las 11:10 pm, suena un timbre diferente en su teléfono, contesta:


Del otro lado se escucha la voz de un hombre, haciéndole que en dos semanas estaría de visita en la ciudad.


—¿Y si me dan ganas de irme de tu lado?— preguntó Ania con voz inocente.


—Entonces te buscaré, te daré tantos besos, mimos, abrazos y amor, hasta que entiendas que lo único que quiero es compartir contigo el amor más bonito que hemos conocido.


 “Esta vez me toca ser más sincera, sobre todo ser sincera conmigo misma. Hacía mucho tiempo que nadie me hacía sentir de esta manera”, pensó mientras guardaba silencio.


—Ania, ¿estás allí?


—¡Si perdona guapo! Claro que si, aquí te espero.


—Perfecto bellísima, mañana te marco para arreglar todo. Te quiero.


—Y yo a tí.


 Ania cortó el teléfono. Acababa de dar inicio a una historia que ni siquiera tenía comienzo, porque resulta que sus ojos, aún no habían tenido el privilegio de siquiera cruzarse.














** Ania es un personaje sacado de otro cuento antes escrito. Este personaje es soñador, científico y por supuesto con ingredientes de locura, desinhibición y sobre todo, es un personaje que así como puede ser extrovertida, también tiende a la introspección ocasional. Podría considerarse ser de esas personalidades ambivertidas. **



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