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Ayer le mentí a alguien a quien amo

 Si hay que forzar para demostrar poder, entonces hay una carencia.


 Como un puñal profundo que atraviesa el corazón, es vivir bajo la sombra del verdugo, quien a sabiendas acrecienta la herida. Diez veranos juntos coleccionamos y más de cincuenta infidelidades como trofeos oscuros. Tal como actores de alguna tragedia de la gran Babilonia, nuestro amor se tornó lodo y odio, desbordándose en la plaza pública de las redes sociales.

–¡Que el Cielo me libre de desposar a un padre o madre en lugar de amante! ¡No me dirás más lo que he de hacer!– exclamó Romina antes de partir. Sus lágrimas ya eran sólo un recuerdo, pues el duelo lo padeció a la mitad de aquellos lazos de sombras.

Entre mentiras y demonios, mil máscaras aún nos cubren.

Amar no es desunir, sino enlazar. Mas, ¿qué sabiduría tiene el que calla?


 Ayer le mentí a quien amo. No hallo gozo en la mentira, y aborrezco que el engaño me toque. Pero en ocasiones, aquellos que nos aman nos sitian, nos arrinconan, hasta forzarnos a mentir para evitar que el caos se desate; y es entonces que, por amor, el mundo interno implosiona. Le mentí. Inquirió sobre otro a quien también amo, y para “guardar la paz” cedí a la mentira. Su respuesta fueron corazones y besos, sintió que acaté su voluntad y así “me amó más.” Pero esta mentira alimenta mi agonía, y veo con claridad: no ama lo que soy, ama sólo la imagen de mí que ha forjado, ama lo que callo, lo que escondo, lo que domestica mi ser.

No hay amor donde mis sombras le asustan, donde sus miedos lo llevan a crear fantasmas que no existen. Nos amamos, sí, mas de maneras tan dispares que la cordura se desvanece. No es sano que alguien gobierne el alma de otro; no es sano que nos dicten quién ser.


Entonces lloro, sufro en el umbral del adiós, y quiero soltar.




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