La mente es un arma de doble filo, bien dicen que “si logras dominarla, dominarás el mundo”. Después de una complicada noche de discusiones entre mi alter ego y otra personalidad que vive en el anonimato tratando de pisar caminos desconocidos, en los que sólo mi mente puede ingresar, me arropó el sueño.
“Hace mucho que no sueño” me venía repitiendo estos últimos días, antes, cuando quería soñar buscaba la manera de hacerlo, pero me dejé de eso, porque me desenamoré de los sueños que me hacían construir ilusiones montadas en una nube de plantas verdes.
Estaba aquí, en la Ciudad de México. Entré a una oficina como si ya fuera costumbre, y ahí estabas tú, vestido de negro “como casi siempre”, me saludaste mostrando una sonrisa:
—Hola muñeca, ¿cómo estás?
—Hola hermoso, bien. Sólo vine de paso por aquí, ¿y …?
—¿Y ella quién es?— se escuchó una vocecita salir debajo del escritorio, salió una niña pequeña, de tez blanca, cabello negro y ojos castaños
—¡Hola princesa, que bonita que estás!
—Hola Ani, ¿te vas a quedar a jugar conmigo?
—No mi niña, tengo que ir a trabajar, más tarde si quieres jugamos
—Que aburrido trabajar, te quiero preguntar algo en secreto
—A ver, dime
Se acercó a mi oído y me preguntó en voz audible:
—¿Tú fumas?
Impactada por la pregunta de la pequeña mentí:
—Muy rara vez—
Él me miró con una sonrisa picara, sabiendo que mentía:
—Nos vemos esta noche, hoy me toca a mí ir a tu casa— me dijo con emoción
—Perfecto, te espero hermoso— dije mirándolo con cara de “me gusta todo de ti” y lo besé
—Chao bella, te veo luego para jugar— dije dirigiéndome a la niña y la abracé
—Si, te voy a esperar para mostrarte mis nuevas muñecas
—Bueno, dale— les sonreí a ambos y me fuí caminando a casa.
Mi casa era en otro edificio cercano, mientras iba caminando hablaba conmigo misma:
“Ya va, ¿esto es real? ¿Por qué me he complicado estos últimos meses si todo el tiempo él estuvo aquí en México? ¡Qué loco! Todo el tiempo pensando en la distancia y no existe.” Ese tipo de pensamientos se asomaron en mi mente, hasta que llegué al edificio donde vivía.
Entré al edificio y en cada una de las escaleras me fui topando cajas de chucherias, algunas eran mexicanas, otras venezolanas. Quise tomar alguna pero no llevaba efectivo, y si no dejaba el dinero los de la administración del edificio se darían cuenta a través de las cámaras y quizás me tildarían de “ladrona”. No tomé ninguna, seguí subiendo unas escaleras que parecían infinitas hasta que llegué a una planta donde todo era diferente. La última escalera con la que me topé parecía dirigirse a una especie de ático, empezaron a pasar boxeadores de unos 20 años, muy altos y como de la categoría de peso pluma, los dejé pasar a todos y subí detrás de ellos llegando un ring de boxeo. Por un lado estaban las gradas, en ellas vi a un señor muy parecido a Heisenberg: “¡ah buenísimo!, ya estoy viendo personajes de series aquí, me parece que me equivoqué de piso”. Intenté bajar de nuevo por las escaleras para volver al edificio y encontrar mi piso, pero en lugar de encontrar las escaleras, me topé con un tobogán, era la única manera de salir así que me lancé y terminé saliendo del tobogán a mi casa.
Desperté.
Comentarios
Publicar un comentario